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Segunda Época | Extraordinario JUNIO/2016 | Año 2 |

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Una carta desconocida de Francisco Vicente Aguilera

Amarilis del Carmen Terga Oliva

Testamento de una millonaria: Juana Tamayo, la madre de Francisco Vicente Aguilera

Lic. Clemencia Leonor Tamayo-Saco y Tamayo-Saco

Linaje Aguilera

MSc. Ludín B. Fonseca García

Francisco Vicente Aguilera en su destino

Dra. Olga Portuondo Zúñiga

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Una carta desconocida de Francisco Vicente Aguilera

Amarilis del Carmen Terga Oliva

Carta de Francisco Vicente Aguilera a Pedro Santacilia donde valora la política de Estados Unidos hacia Cuba
New York Abril 1876.

Sr. D. Pedro Santacilia
Muy estimado amigo y hermano: =Con grandísimo placer he leído y contesto su grata de 21 de Febrero último, porque ella me asegura que su corazón de cubano late hoy con los propios entusiastas impulsos con que mandaba a su pluma esos bellos arranques patrióticos que tantas veces he leído con creciente satisfacción.
Siento que aún no se haya puesto V. en trato íntimo con mi querido amigo Nicolás Domínguez, porque estoy seguro que cuando V. le haya conocido de cerca, conocerá todo lo apreciable que es, y todo su valor moral y político. Ruégole por tanto, que procure tratarlo íntimamente.
Amigo mío: con gran pena no le escribiré hoy tan extensamente como yo quiero porque en estos momentos estoy despachando a vuela pluma mi numerosa correspondencia, en medio de la baraúnda consiguiente para poner el pie, por cuarta vez, en el buque que debe llevarme a las playas de Cuba. Cuya expedición he podido organizar al cabo de inauditos esfuerzos, contrariado por tantas y tantas malas pasiones, flaquezas y dificultades.
Sobre las cosas y cubanos de New York y sobre otras cosas que me atañen, dejo que Domínguez le informe a V. por el pleno conocimiento que posee de todo. –Desde Cuba, si el destino me conduce allí a salvo, tendré gran placer en escribirle.
No es el pueblo cubano de la Isla, hoy, terreno en que pueda plantarse con éxito ninguno político, que no sea la independencia absoluta: Jovellar ha fracasado en este intento como fracasaron sus antecesores y como fracasarán todos. –Hay más, una considerable porción de los españoles residentes en la Isla, está hoy por la independencia. –Nuestros negocios van formando contraste con los de España: esta decrece en todo y por todo, y nosotros estamos ya, cerca de la Habana, victoriosos, cuanto es posible y más llenos de entusiasmo que nunca.
Demócratas y Republicanos, todos son Yanquis; la política de Washington está materializada y desnaturalizada; no hay en ella sentimiento tradicional; la adquisividad en todos terrenos y sentidos predominan, auxiliados por la corrupción. La política de este país está supeditada a “Wall Stree” es decir: que los intereses mercantiles dan la luz; y esa política no imprime acción en los sentimientos, si no los sigue, sacando de ellos el provecho que presentan. Ayudarán a Cuba, cuando Cuba se haya ayudado a sí misma. Esperar más de eso es una vaga ilusión. Estos Yanquis son la personificación del egoísmo. Este es por hoy el concepto y las esperanzas que me inspiran.
Mucho, muchísimo gusto me proporcionará V. con sus letras, y más si en ellas me envía las ideas y consejos con relación al mayor modo de servir a nuestra patria; porque a sus extensos conocimientos y dotes naturales, reúne el tesoro de la experiencia en este escabroso terreno. –Escríbame pues, a menudo, y esté persuadido de la grande estimación y afecto de su amigo y hermano.1

1 ANC. Fondo Donativos y Remisiones, legajo 658, exp. 4.

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Testamento de una millonaria: Juana Tamayo, la madre de Francisco Vicente Aguilera

Lic. Clemencia Leonor Tamayo-Saco y Tamayo-Saco

Juana María Antonia Tamayo Infante nació en la villa de San Salvador de Bayamo en la segunda mitad del siglo XVIII. Descendiente del hidalgo capitán Rodrigo de Tamayo y Cabrera, uno de los conquistadores que llego a Bayamo bajo las órdenes de Diego Velázquez de Cuéllar. Era hija de los ricos terratenientes criollos Doña Josefa Infante y Santisteban y don Francisco Esteban de Tamayo y Vázquez–Valdés de Coronado, catedrático de la Prima de Derecho Civil de la Real y Pontifica Universidad de la Habana, abogado de los Reales Consejos de Castilla e Indias, regidor y alguacil mayor por su majestad de la villa del Santísimo Salvador de Bayamo.  Sus abuelos maternos  fueron don Nicolás José Infante y Silva, regidor y alcalde ordinario, capitán de milicias y doña María de la Asunción de Santisteban Valdés de Coronado y los paternos don Esteban de Tamayo y Pardo Aguiar, apitan de milicias, regidos y alguacil mayor y doña Juana Salvadora Vázquez–Valdés de Coronado y Borrero–Trujillo.
Al morir la madre, Juana y su hermanito Esteban Benigno quedaron al amparo de sus abuelos maternos, quienes le colmaron de amor y regalos valiosos, Juana Tamayo aprendió a leer y escribir desde temprana edad. A los nueve años había leído los clásicos griegos y latinos que existían en la biblioteca de su padre, una de las mejores de Bayamo. Este le enseño francés para que en ese idioma, hablara los problemas íntimos de la familia y así evitar que los esclavos domésticos los divulgaran entre otros esclavos  de familias importantes; también se le educó para ordenar y hacerse obedecer, cosa que hizo durante toda su vida.
Pronto dejo de ser niña y se convirtió en una adolecente alta y delgada, de delicadas facciones, cabellos rubios y ojos azules. El matrimonio le fue concertado con su primo don Antonio María de Aguilera y Tamayo, brigadier de los Reales Ejércitos, hijo del capitán Francisco Vicente de Aguilera y Ramos, subdelegado de la Real Hacienda, tesorero de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y doña María Loreto de Tamayo y Palma. Una de las hermanas del novio, María Gertrudis Aguilera y Tamayo, se casó con don Juan José Caballero y Caballero, tercer marqués de santa Ana y Santa María, alcalde ordinario de Puerto Príncipe.
La boda entre Juana y Antonio se efectuó el 23 de agosto de 1813. Antonio Aguilera apreció el talento de su mujer para los negocios. Juana, de carácter fuerte y apasionado, administraba el hogar, sus haciendas, despachaba personalmente con sus abogados y mayorales; contabilizaba el crecimiento del ganado; tenía una casa de juegos en El Dátil y le encantaban las peleas de gallos. Solía ordenar a sus esclavos poner al sol sobre yaguas las monedas de oro. Ella hacía lo que otras mujeres de su época, mojigatas y sumisas a sus maridos, no se les permitía. No toleraba la hipocresía y la traición. No pudo tener muchos hijos, la muerte le arrebato a dos de ellos: Pepilla, su niñita adorada y Antonio, el primogénito.
Su hermano Esteban Benigno, El Bachiller, menor que ella y bautizado en la parroquia de San Salvador de Bayamo el 24 de diciembre de 1783, fue regidor y alguacil mayor. Este padecía de frecuentes hemorragias nasales, por lo que se hacía acompañar de un esclavo que portaba una bandeja de plata con pañuelos de finísimo holán. Juana Tamayo se sentía orgullosa de que Esteban fuera mujeriego y le crió tres hijos: Lic. Francisco Esteban Tamayo González Ferragut, Juan Antonio Tamayo Sánchez e Ismaela Tamayo Antúnez. A estos dos sobrinos y a sus hijos se les dio una formación típica de las clases pudientes en la sociedad colonial decimonónica; tenían que ser caballerosos, pero también “muy machos”, para ello recibieron clases de esgrima, equitación y adquirieron el conocimiento de ganadería, cultivo y procesamiento de la caña de azúcar y de la administración de las haciendas. Juana les inculcó ser fuertes y valientes antes las adversidades de la vida, piadosos y justos con los pobres y ricos, a no vacilar ante la toma de decisiones. Así resultó que su hijo, Francisco Vicente Aguilera, fuera respetado y amado en la sociedad bayamesa desde su infancia.
Juana acostumbraba a pararse en la puerta de su casa –Biblioteca 1868– y desde allí llamar a voces a su prima Isabel Vázquez y Moreno –Oficina de Correo– y a Concha Saco y Cisneros, esposa de su sobrino Francisco Esteban –actualmente Martí no.70–, el fondo de esta casa terminaba en Mármol. Conoció de las ideas independentistas de su hijo Francisco Vicente y las apoyó. Su testamento está permeado de la desconfianza que le inspiraban las autoridades españolas.  Falleció el 5 de febrero de 1863.

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Linaje Aguilera

MSc. Ludín B. Fonseca García

A mediados del siglo XVII se radicó en la jurisdicción de Bayamo la familia Aguilera, que procedía de Jamaica. Este territorio era, hasta esa época, colonia española. Entre Inglaterra y España se desarrolló un conflicto armado por la posesión de este enclave y como resultado de la victoria de Albión un número importante de familias oligarcas, de descendencia ibérica, se trasladaron al oriente de Cuba y en específico a Bayamo.
Estas estirpes emigradas, desde que se establecieron en la villa, desplegaron una estrategia familiar –adquisición de tierras, enlaces matrimoniales beneficiosos, obtención de cargos en la estructura de gobierno y puestos en la milicia, entre otros– que le permitieron penetrar el intríngulis que detentaban las asentadas en el valle del Cauto desde el siglo XVI y que se consideraban, y eran, tanto por el poder económico, como por el político que poseían, la representación de la prosapia de la sociedad bayamesa. Fue un proceso lento y se extendió hasta la primera mitad del siglo XIX.
Una de las ramas de este árbol genealógico que puso en práctica este tipo de estrategia fue la que resultó del matrimonio celebrado entre Antonio María Aguilera Tamayo y Juana Tamayo Infante, la que ya en esta centuria, siglo XIX, se manifestaba como una de las de mayor alcurnia, avalado por las riquezas que tenían en las demarcaciones de Bayamo, Jiguaní, Holguín, Manzanillo y Tunas, y por los cargos políticos que detentaban en el ayuntamiento de Regidor Alcalde Mayor y el grado militar de coronel de los Reales Ejércitos y del Batallón de Milicias Blancas Disciplinadas de Infantería de Bayamo y Santiago de Cuba. Desde finales del siglo XVIII y principios del XIX esta consanguinidad se centrará en la progresión de su estirpe.
Este matrimonio pretendía iniciar una estrategia que le permitiera convertirse en el de mayor abolengo de la familia y adquirir para sí la identificación de este clan. Para conformarla beneficiarán al primogénito. Procrearon tres hijos: Antonio Aguilera, María Josefa y Francisco Vicente. En el Poder In Causa Mortis de Antonio María Aguilera, declaró por heredero universal a Antonio Aguilera. Este cumplió la estrategia familiar, se había trasladado hasta la Habana y contraído nupcias con Manuela Lemur, hija de un general del ejército español. No obstante, sucesos ocurridos a sus descendientes pondrían en peligro estas aspiraciones. Antonio, y María fallecieron sin sucesión; Francisco Vicente quedó como único sobreviviente.
Una demostración del engrandecimiento es la aspiración de obtener un título de nobleza, así como el reconocimiento de benefactores de la villa. Cuando se redactó el Poder In Causa Mortis de Antonio María, este estipuló que se comenzaran las gestiones para obtener el Título de Castilla, para lo cual determinó que se tomaran 70 000 pesos del ingenio Nuestra Señora del Pilar y Hato Jucaibama; Juana, por su parte, expresó, en su testamento, el deseo de establecer una capellanía con las obvenciones que aportaban sus propiedades rurales a favor de la construcción de un Hospital de Mujeres.
Después del deceso de su hermano, Francisco Vicente se convirtió en el único heredero. En él cifraron todas sus esperanzas. El dolor del matrimonio debió ser reforzado, en primer lugar por la pérdida de dos de sus hijos y en segundo por la desarticulación de la estratagema familiar. Juana se lamentaba al redactar su testamento, en 1852, de que la Divina Providencia le había dejado como sucesor, únicamente, a su amado hijo Francisco Vicente Aguilera. 
Si un acto es expresivo de la alcurnia que exhibían lo es el orgullo por su limpieza de sangre. El expediente que confeccionaron en 1844, para que Francisco Vicente Aguilera obtuviera las dos terceras partes del oficio de regidor y alguacil mayor del ayuntamiento de Bayamo que quedaron vacantes al morir su hermano Antonio María, así lo demuestra. El acceso a este oficio fue aprobado el 17 de agosto del propio año. Exaltan, en el documento, sus padres, que no existían cruzamientos en su familia con negros, mulatos y pardos. En esta declaración exhibían la buena vida y costumbres de la progenie y tener fe, únicamente, en la religión Católica Apostólica y Romana, lo cual denotaba su alejamiento de los cultos africanos y otras denominaciones presentes en la sociedad bayamesa, todos combatidos por la iglesia católica, la oficial del gobierno español.
El engrandecimiento que le reportará a su familia Francisco Vicente no será en el orden de lo que soñaron sus padres, o sea en la obtención de títulos nobiliarios, como importante benefactor de algunas obras de la ciudad, detentar cargos políticos en la estructura de gobierno de la villa o provincia, o en la milicia, sino al convertir, al linaje Aguilera, en uno de las fundadoras de la nación cubana.1

1 Los artículos compilados aparecen en: Ludín B. Fonseca García (Comp.): “Francisco Vicente Aguilera. Padre de la República de Cuba”, en La historia en la palabra, Ediciones Bayamo, Bayamo, 2007. 

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Francisco Vicente Aguilera en su destino

Dra. Olga Portuondo Zúñiga

Aún son insuficientes los análisis que justifiquen las causas mediatas e inmediatas que provocaron el estallido insurreccional de 1868; porque los escritores contemporáneos podrán decir en pocas o muchas páginas sobre el alzamiento del 10 de Octubre para explicar la drástica determinación de proclamar la independencia frente a España, pero a los hombres que vivieron aquellos acontecimientos no les era fácil cambiar radicalmente su vida sin meditar sobradamente, ventajas y desventajas de su decisión. Dejar atrás todo lo que se poseía u enfrentar la ira de los representantes armados de la metrópoli, implicaba romper con el destino que les había sido forjado durante siglos para seres como Francisco Vicente Aguilera.
Investigar en el origen de Francisco Vicente Aguilera, conocer a sus padres y su mentalidad no es, de ninguna manera, ajeno a la historia regional y nacional. Nuestros autores bayameses, jóvenes en la profesión de indagar, se han referido a estas raíces, sabedores del camino correcto que conduce al esclarecimiento de los propósitos emancipadores.
Buena parte de los historiadores cubanos han roto ya con el estigma que supone el progreso solo en la economía plantacionista azucarera y ven una retrógrada interpretación del desarrollo entre los que gozaban del patrimonio de haciendas ganaderas. Se hace trizas el pensar con el complejo; que el adelanto de la plantación esclavista era el único factible en la isla de Cuba y esta conducía a la quiebra ineluctable del sistema colonial hispano. Sin duda, pesan también los principios éticos, las tradiciones y el entramado de relaciones humanas de la no-plantación. No por casualidad, la revolución comenzaría en el valle del Cauto.
La familia Aguilera-Tamayo, miembro de la oligarquía bayamesa, descansaba su autoridad en las extensas haciendas y en su amplio número de arrendatarios en los hatos ganaderos de su pertenencia.  Durante los avatares seculares de la isla de Cuba, los grandes dones –entre los cuales se encontraban Antonio María Aguilera ya en el siglo XIX bayamés– se disputaron el poder del cabildo. Alianzas selladas mediante matrimonios entre su oligarquía, afirmaron  su autoridad en la región, hasta que España comenzó a restarle poder, en tanto aseguraba la centralización política de su burguesía liberal y que se extendía, allende el océano Atlántico, en los restos de su Imperio Ultramarino.  Arrebatado en la última década de la primera mitad del siglo XIX todo valor político de los ayuntamientos, el ultraje a los miembros de la aristocracia de la tierra era demasiado profundo, justo cuando ellos entendían que debía ser mayor su papel en el conjunto del poder político metropolitano.
No hay que sorprenderse sí Francisco Vicente Aguilera, el mayor hacendado de la región ganadera del oriente insular, educado en la mentalidad de autodeterminación de aquellos grandes propietarios y casado con un miembro de la prestigiosa familia fundada por Sebastián Kindelán y Ana Mozo de la Torre, dueños de plantaciones en la jurisdicción de Cuba, pensara que su destino necesario pasaba por la separación de España. De esta forma, tradición y presente se juntaron en una personalidad, cuya psicología e historia personal no pueden ser dejados a un lado de la historia  de Cuba.

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Boletín Acento . Oficina del Historiador
Bayamo M.N., Cuba. 2016
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